Avila

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Meseta Castellana
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20/9/08

EN UN LUGAR DE PANAMÁ (I)





Mario acabó de redactar el informe exactamente a las nueve de la mañana. En ese momento, sonó el teléfono de su oficina: era Paul desde su sede en Madrid. Había olvidado que eran ya las tres de la tarde en España y que esperaban su llamada antes de comer. Llevaba casi cuatro horas en su mesa ultimando detalles en un escrito que debía terminar antes de ir hacia el aeropuerto. Durante unos minutos, intercambió unas palabras con él, asintiendo con la cabeza y esbozando una leve sonrisa cuando colgó el teléfono.

Solo le quedaba concretar algunos detalles con su socio en Montreal y recoger algunos objetos del almacén en el piso inmediatamente superior.
Pensó lo angustioso del clima tropical de Panamá, lo que le agotaba y hasta adormecía durante los días o semanas que pasaba revisando las cuentas en la sucursal de Colón.

La fábrica de motores consistía en una nave rudimentaria adosada a una edificación de dos plantas algo antigua y deteriorada por efecto de la humedad y los vientos caribeños. Instalada en el puerto de Cristóbal, en la zona industrial, llevaba funcionando varios lustros con una evolución en el desarrollo del negocio desigual, pero Mario se resistía a decidir sobre su final. Tenía una corazonada que le llevaba a aguardar el despegue definitivo, que le confirmaría sus deseados buenos augurios año tras año.

Subió las escaleras pensativo y, al abrir la puerta del almacén empujando con la mano levemente al tiempo que hacia girar la manilla, sintió en el dedo índice un leve pinchazo. Miró la cara interna de su mano derecha y no pudo ver nada. Continuó caminando a oscuras por el desordenado espacio, apenas iluminado por un tragaluz.

Un haz de sol penetraba por un pequeñísimo ventanal ciego, algo roto en una esquina, durante las primeras horas de la mañana. Después de rebuscar, encontró una cajita envuelta y precintada, que metió en el bolsillo de su pantalón. Miró el reloj bajo el hilo de luz y decidió que era hora de salir hacia el vehículo que le aguardaba...

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