Avila

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Meseta Castellana
BIENVENIDO

31/1/12

LA BRECHA (II)

Los ojos se me llenaron de luz. La inquietante profundidad plana del espejo me devolvió la parte más intangible de mi yo perdido.




A una lado:



Sonrisas que escucharé.
Besos que daré.
Noches que soñaré.
Miradas que descubriré.



Al otro:

Aquella pulsera de turquesas que enterré en el patio del cole con cuatro años.

Un llavero de metal con la cabeza de un indio de nariz prominente, que cayó a la alcantarilla.
Un dado del parchís que apoyé en el borde de una ventana, una tarde de tormenta.





Unos cromos de animales que dejé en un banco del parque.

El frasco de crema Chen Yu que rompí de niña, sin querer.

Una peseta escondida en un abrigo que olvidé.
Una ficha con preposiciones: a, ante, cabe, bajo, con, contra, de, desde, en... que se volaron al abrir la ventana.
Dos conjuntos disjuntos que, sin intersección posible, abandonaron mi cuaderno milimetrado.

Un bocadillo de mortadela que cayó al charco.

Cuatro hormigas rojinegras, y dos de las rubias, que se adentraron en el granado de mi abuela.

Una cinta del pelo roja que dejé anudada en el asiento de un cine.
Una bola de nieve, que guardé en mi bolsito, para refrescar el verano.

Las cuentas de dividir que no tuve tiempo de terminar.

Un verano que vagabundeé dejándolo pasar.

El dibujo de una mitosis celular que se quemó en el brasero, ya terminado.

Un minuetto al piano que no aprendí tocar.

La foto de Sandokan con que forré una carpeta, ya guardada.

Unos patines de ruedas que olvidé en la puerta de casa.

Dos chicles bazoka que escondí entre ladrillos del balcón.

Una cajita llena de semillas de amapola, cuentas de un collar...un botón y dos alfileres.
Un dictado inacabado en quinto de solfeo.

Un ejemplar de zipi zape que se comió el perro del vecino.

Una goma de saltar que quedó atada a dos chopos.

Un lapicero de dos colores atrapado entre la mesa y la pared.

Una mariquita roja, con pintitas negras, que olvidé en un frasquito al sol.

Un pañuelo bordado en plástica y que perdí en el trayecto a casa.

Un sábado otoñal, en que dormí por la fiebre...


Y al fondo:
Sonrisas que no escucharé.
Besos que no daré.
Noches que no dormiré.
Canciones que no cantaré.
Recuerdos que nunca tendré.



Pero siempre quedará asomarme al espejo.

30/1/12

LA BRECHA (I)

Cuando me trasladé mi nueva casa, decoré y amueblé todas las habitaciones dejando un pequeño vestidor tal cual lo encontré, con sus paredes llenas de espejos.

El reflejo de un espejo en otro, una y otra vez, produce vértigo. Es inconmensurable la profundidad que surge en tan diminuto espacio.

A veces me he quedado mirando fijamente esperando descubrir una lejanía mayor que en ocasiones anteriores. Otras veces, entro con los ojos cerrados para no diluirme en la falta de horizonte.



Me atrae el misterio de los espejos, el más allá de sus reflejos.

Hoy, he visto que una pequeña fisura que se produjo misteriosamente en el cristal, hace meses, ha ido poco a poco ampliando la distancia entre sus bordes.

Lo mas sorprendente es que la brecha no se refleja en ninguna de las otras paredes.

No he podido resistirme a la tentación de acercarme sigilosamente para no ser descubierta y, guiñando un ojo, mirar a través de ella.



La visión ha sido sin duda sorprendente...

26/1/12

CORAZÓN

Regresé a casa de mi abuela, recorrí las habitaciones hasta llegar al baúl que Elisa dejó cerrado, antes de desaparecer, hace seis años. Allí encontré alguna de las respuestas, en los escritos de Elisa:






Hace dos días, de madrugada, sentí un golpe de silencio que me sacó de un profundo sueño. Percibí nítidamente cómo el corazón había dejado de hablarme. Es posible que llevara más de una semana sin oír el ritmo de sus latidos pero, hasta entonces, no me había dado cuenta.

El hecho me causó cierto sobresalto e incertidumbre por lo que busqué el estetoscopio que guardaba en el armario de los medicamentos. Algo nerviosa, me dispuse a escuchar los latidos. Coloqué la membrana en mi pecho y busqué el sonido impaciente: definitivamente, no se oía nada.

Ayer, por la mañana, decidí ir al médico de cabecera, al que no conocía aún porque no suelo visitarlo.

Era difícil de explicar pero sé que no puedo continuar así. De tal manera que reuní todo el valor que me fue posible y se lo conté.

El médico accedió a reconocerme a pesar de lo increíble de la historia. Su exploración constató el hecho por lo que decidió remitirme de urgencia al especialista. Me insistió en que el caso requería atención inmediata. Sus ojos delataban la sorpresa y sus manos no respondían ante la hoja del informe.

Ya, ante el especialista, una vez estudiado mi historial, procedió a realizar las pruebas pertinentes. Por último, el cardiólogo realizó una ecografía y me mostró el monitor. El cardiólogo, aún pensativo, tomó notas y se dirigió a mí con voz pausada. Casi hablándome al oído me dijo, que este era un caso claro de “vacío de corazón”. La pantalla dibujaba con toda claridad el amplio vacío.

Se podían observar restos de aorta y pericardio. Trocitos de válvula mitral mostraban que no todo había desaparecido.

Tuve suerte, según me indicó el especialista. Aún quedaban tejidos y ello me permitiría iniciar una reconstrucción del corazón. De los restos, se pueden extraer células “almamadre” –me dijo muy bajito-; una vez tratadas, son inyectadas poco a poco, con mucha paciencia, durante varios meses. Es una complicada tarea la de formar un nuevo corazón, pero ellas lo conseguirán, si el procedimiento se realiza adecuadamente. El resultado será un corazón algo más pequeño y duro, al principio, pero suficiente para seguir viviendo con toda normalidad. Después de un periodo de adaptación, acabará pareciéndose al órgano original.

Continuó explicando ante mi atónita mirada:

-No es tan extraño no tener corazón. A veces, el “vacío de corazón” es congénito. Hay muchas personas que vive con esa carencia porque ha nacido así. El cuerpo sabe acomodarse y hasta es posible que puedan vivir gran cantidad de años en esas condiciones. En el caso de haberlo perdido, después de haber crecido con él, el organismo no puede vivir mucho tiempo sin corazón.

Así las cosas, he empezado el tratamiento sin demorarlo más. Al mismo tiempo, he accedido a realizar mi propia autovacuna, según me ha recomendado, para evitar que esto vuelva a suceder.


15/1/12

EL CONCORDIA


Cuando supe del hundimiento del Costa Concordia habían pasado dos días de la tragedia. Pude ver unas imágenes grabadas por un pasajero y, entonces, caí en la cuenta de que allí había viajado durante una semana, por el mediterraneo, hace poco más de tres años.

Me ha costado asimilar la noticia, he de reconocerlo.
Puedo contar que el Concordia me pareció una auténtica ciudad, una población de más de 4.000 personas embutida en un edificio de más de ocho plantas, creo recordar. En aquel momento el barco estaba en plena ocupación y evitaba pensar en que pudiera ocurrir cualquier accidente. La visión de comfort de las instalaciones quedaba un tanto borrosa al ver el pulular de tanta gente. Las magnitudes eran inmensas en todo los ámbitos salvo en los tamaños de los camarotes. Aquello era una torre de Babel: el personal era de origen filipino, indio e italiano, principalmente y los mensajes por la megafonía eran en italiano. Un boletín diario en el buzón de nuestra puerta servía de información.


Los restaurantes estaban a tope, las minúculas piscinas, los pasillos y  las salas de diversión. A menudo no encontrábamos sitio a las horas de las comidas porque, además, una cantidad ingente de italianos, en su mayoría, acaparaban las mesas, se guardaban sitios vacíos para los familiares o amigos durante una larga espera.
En ocasiones, como en las comidas, el desorden era indescriptible. Coincidían las horas de desembarque con la de comer y la única alternativa era comer pizzas en un autoservicio.

El circuito, por el Mediterraneo, era un recorrido cerrado en el que los viajeros iban embarcando en diferentes puntos de la geografía. No había principio ni fin. Cada uno comenzaba y finalizaba su viaje en el un determinado puerto. Así pues, nos convocaron para el simulacro de evacuación horas antes de proceder a nuestro desembarque y fin del viaje, en Barcelona. Para los italianos era su segundo día a bordo. Para nosotros, el final de la aventura.

Apenas nos enteramos del llamamiento. En italiano, a la hora de la siesta, nos encontramos con que, al oir movimiento en el pasillo, los viajeros pasaban por delante de nuestro camarote con el chaleco puesto y se dirigían a la cubierta próxima a la lámina marina.
Realmente no nos enteramos de cómo fue el simulacro.
Casi me parece mentira que haya varias víctimas porque hubiera entendido que la cifra hubiese sido bastante mayor.
Volvería a hacer un crucero. No sé si es valentía o incosciencia. Si repitiese la experiencia, lo haría en un barco más pequeño o al menos con  una cantidad de viajeros menor.


 
Al hilo de este suceso, he recordado que el destino me ha hecho testigo o partícipe, en mayor o menor medida, de otros acaecidos en la historia reciente. He caído en la cuenta de que el veintinueve de Diciembre de 2006, llegué a la terminal de Barajas a tan solo unos minutos del atentado de la T4. En Agosto de 2008, para embarcar en el Concordia, tomé un vuelo de Spanair, pocos días después del fatídico accidente del avión de la misma compañia, en el mismo aeropuerto. El aparato en el que yo volaba iba casi vacío. Tan solo unos pocos valientes y tripulación de otras compañías lo ocupábamos. Pudimos ver los restos del siniestro desde nuestras ventanillas, conteniendo el aliento en el despegue, guardando un tremendo silencio durante todo el vuelo.
Son casualidades porque no viajo tanto ni cojo tantos vuelos. No puedo dejar de sentir cierto estremecimiento al pensarlo y mucha pena porque todos pudieron evitarse.

La foto del Concordia abatido, semisumergido en el Mediterraneo, puede ser la imagen que represente el hundimiento de algunos valores. Falta nos hace que haya Concordia: acuerdo, conformidad y unión.  

12/1/12

UNA FUERZA ENORME ESTA EN NOSOTROS.

Hasta cuando nos marchamos lejos
por cobardía o por despecho,
por un amor inconsolable,

cuando en casa el tiempo pasa sin vivirle
y lloras porque no sabes por qué
una fuerza enorme esta en nosotros mismos,

la sencillez de lo sencillo,
donde las luchas son inútiles,
es más fuerte que una muerte incomprensible,
es vencer esa nostalgia que nos se va de tí.




Tienes que poner los dedos en tu herida
y entonces sentirás la fuerza de la vida,
que te conducirá, lo sé,
amor, ya lo verás,
a la salida que hoy no ves.

Cuando te recomen los silencios
y el corazón les pone precio
con un rumor insoportable

cuando te hundes y no puedes levantarte,
y hasta cuando la esperanza
piensas que se perderá.

Es la voluntad que a todo desafia,
es nuestra dignidad, la fuerza de la vida,
que no preguntará que es la eternidad,
aunque sepa que la ofenden,
o que la venden sin piedad.

Tienes que tocar el fondo de tu herida
y reconocerás la fuerza de la vida,
que te conducirá, lo sé,
no te dejará marchar,
no te dejará, ten fe

Hasta dentro de la carcel
de esta enorme hipocresía,
y en los fríos hospitales
de ese mal de nuestros días,
una fuerza te vigila,
tu la reconocerás,
es la fuerza testaruda que hay en tí,
que sueña y no se va de tí.

Es la voluntad
más fragil e infinita,
es nuestra dignidad,
la fuerza de la vida.

Es nuestro amor, la fuerza de la vida,
que no preguntará
que es la eternidad,
porque siempre por nosotros luchará,
y no nos dejará.



Tienes que tocar
la llaga de tu herida,
y reconocerás
la fuerza de la vida.

La fuerza dentro de tí,
la tienes que presentir
y allí estará,

la fuerza de la vida,
que te conducirá, lo sé,
que susurra convencida
lo importante que la vida es.


11/1/12

ME GUSTAN TANTAS COSAS

Inicié este blog, en Noviembre de 2007, animada por un ejercicio de la Escuela de Escrtitores. Vuelvo a leer y a disfrutar de este post. Y sigo diciendo...

MI ME GUSTA (21/11/2007)

Me gusta el sol del invierno y también el del verano, tocar la hierba húmeda con las manos y la arena del campo o de la playa. Ir a un concierto de Maná y saltar dando botes y palmas en la grada. Escuchar a Take That o a Norah Jones, mientras conduzco o camino de mañana.

Me gusta regar el laurel y el limonero, hablar a la mimosa, a la yuca y al jazmín. Me gusta en la azotea, flotar dentro del agua, mirando al cielo en las noches de verano, dejar que llegue el alba...
Respirar el olor del invierno soleado y el del amanecer en el verano, debajo de una higuera.
Me gusta, de Mérida, recorrer el puente romano ya al atardecer para, después, sumergirme en la cálida y sonora noche en las ruinas del teatro.
Me gusta respirar el aroma de quienes sutilmente dejan un halo de perfume y me dejo impregnar y me quedo con parte de su alma.
Me gusta cerrar los ojos y viajar al patio de mi abuela, ver las hormigas “rojinegras” cómo suben al granado, el olor al esparto de mi abuelo. Me gusta el aroma caliente a torrijas recién hechas, a los guisos al despertar siendo niña en la mañana, a los pimientos, al pisto, a la paella. Me gusta el bocadillo de pan con chocolate, el chicle bazoka y el olor a borrador que tengo en mi memoria. El arroz con leche de mi madre, el “after shave” en los besos de mi padre. Ver una película en un día frío de lluvia. El sabor del las especias, del eneldo, del comino o la canela. El olor de la tierra después de la tormenta.
Me gusta mirar a los mayores sabiendo que son niños y a los niños queriendo ser mayores.
Me gusta disfrutar la calurosa siesta bajo un sauce y también acompañada, jugando a darnos besos y a abrazarnos, como si no importara nada. Me gusta estar sola o rodeada. Me gusta el silencio de mi casa tras una tarde de risas, de bromas y de charla. Me gusta la desgana del verano, bajo la sombra de un libro, sobre la arena y a lo lejos, las olas, ... el agua de la playa.



Me gusta despertar en inglés con la risa de George, me gustan sus tres años que iluminan, en Londres, una gris mañana. Caminar en un lugar en el que nadie me conoce, jugar a imaginar las vidas de las gentes que se cruzan en la calle.
Me gusta la sabiduría de un hombre maduro, la quietud de los silencios, si me envuelve su mirada. Nadar en unos ojos transparentes que desarman, para amarlos, buceando hasta llegar dentro, muy dentro de su alma. Me gusta acariciar el algodón dentro mi cama y respirar el olor de las sábanas azules, profundas como el mar, pero sin algas. Despertar con caricias en medio de la noche, de madrugada, sin prisas, sintiendo que me aman.



Me gusta el olor de mis hijos desde niños, el olor de su pelo, de su ropa, de sus caras. Los ojos risueños de mi niña, y de él, la mirada tan profunda que me abraza .
Me gusta escuchar el cannon de Pachelbel, envolverme en alegría de Haendel, ascender por el Carmina Burana e inquietarme por un Réquiem de Mozart ; tocar el Para Elisa en el piano, rozar las teclas negras jugando a recordar (“La chocolatera”).



Cantar en la butaca, en un concierto, o la melodía principal de un musical. Imaginar que sé la notas, el tono o el compás.
Soñar que cada noche viajo sin alas y volar; mirar por encima de las nubes cuando floto en lo alto de un avión que me lleva muy... muy lejos.
Me gusta ser yo. Me gusta descubrir y disfrutarme. Ser grande porque soy pequeña, enigmática y profunda. Me gusta ser especial y saber de muchas cosas. Contar lo que me pasa, gastar bromas, dar sorpresas, hacer regalos, jugar a ser muchas diferentes.

Me gusta que hoy es un día de noviembre y... que puedo imaginar y desear... que es lo que yo quiero.

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Me gusta este sol de Enero, la luz de la tarde, el horizonte desde mi ventana.
Me gusta la música de los 80, la de los 90 y la que escucho acompañada; que me lleven en mi coche, que lleguen los viernes, que lleguen los lunes, que alguien me espere, tener algo por lo que reir, que mi risa se escuche, que me hagan reir.
Me gustan los abrazos, responder una llamada, cumplir años, dar la mano, dar besos, dormir, despertar, vaguear, tener ganas, olvidar el olvido, recordar poco, querer mucho y saber menos.
Me gusta cada día, venga con el traje que venga, aunque muchas veces me sorprenda y no sepa cómo trepar por él. Me siguen gustando tantas cosas que esto acaba de empezar.
Seguiré...