Avila

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Meseta Castellana
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15/1/12

EL CONCORDIA


Cuando supe del hundimiento del Costa Concordia habían pasado dos días de la tragedia. Pude ver unas imágenes grabadas por un pasajero y, entonces, caí en la cuenta de que allí había viajado durante una semana, por el mediterraneo, hace poco más de tres años.

Me ha costado asimilar la noticia, he de reconocerlo.
Puedo contar que el Concordia me pareció una auténtica ciudad, una población de más de 4.000 personas embutida en un edificio de más de ocho plantas, creo recordar. En aquel momento el barco estaba en plena ocupación y evitaba pensar en que pudiera ocurrir cualquier accidente. La visión de comfort de las instalaciones quedaba un tanto borrosa al ver el pulular de tanta gente. Las magnitudes eran inmensas en todo los ámbitos salvo en los tamaños de los camarotes. Aquello era una torre de Babel: el personal era de origen filipino, indio e italiano, principalmente y los mensajes por la megafonía eran en italiano. Un boletín diario en el buzón de nuestra puerta servía de información.


Los restaurantes estaban a tope, las minúculas piscinas, los pasillos y  las salas de diversión. A menudo no encontrábamos sitio a las horas de las comidas porque, además, una cantidad ingente de italianos, en su mayoría, acaparaban las mesas, se guardaban sitios vacíos para los familiares o amigos durante una larga espera.
En ocasiones, como en las comidas, el desorden era indescriptible. Coincidían las horas de desembarque con la de comer y la única alternativa era comer pizzas en un autoservicio.

El circuito, por el Mediterraneo, era un recorrido cerrado en el que los viajeros iban embarcando en diferentes puntos de la geografía. No había principio ni fin. Cada uno comenzaba y finalizaba su viaje en el un determinado puerto. Así pues, nos convocaron para el simulacro de evacuación horas antes de proceder a nuestro desembarque y fin del viaje, en Barcelona. Para los italianos era su segundo día a bordo. Para nosotros, el final de la aventura.

Apenas nos enteramos del llamamiento. En italiano, a la hora de la siesta, nos encontramos con que, al oir movimiento en el pasillo, los viajeros pasaban por delante de nuestro camarote con el chaleco puesto y se dirigían a la cubierta próxima a la lámina marina.
Realmente no nos enteramos de cómo fue el simulacro.
Casi me parece mentira que haya varias víctimas porque hubiera entendido que la cifra hubiese sido bastante mayor.
Volvería a hacer un crucero. No sé si es valentía o incosciencia. Si repitiese la experiencia, lo haría en un barco más pequeño o al menos con  una cantidad de viajeros menor.


 
Al hilo de este suceso, he recordado que el destino me ha hecho testigo o partícipe, en mayor o menor medida, de otros acaecidos en la historia reciente. He caído en la cuenta de que el veintinueve de Diciembre de 2006, llegué a la terminal de Barajas a tan solo unos minutos del atentado de la T4. En Agosto de 2008, para embarcar en el Concordia, tomé un vuelo de Spanair, pocos días después del fatídico accidente del avión de la misma compañia, en el mismo aeropuerto. El aparato en el que yo volaba iba casi vacío. Tan solo unos pocos valientes y tripulación de otras compañías lo ocupábamos. Pudimos ver los restos del siniestro desde nuestras ventanillas, conteniendo el aliento en el despegue, guardando un tremendo silencio durante todo el vuelo.
Son casualidades porque no viajo tanto ni cojo tantos vuelos. No puedo dejar de sentir cierto estremecimiento al pensarlo y mucha pena porque todos pudieron evitarse.

La foto del Concordia abatido, semisumergido en el Mediterraneo, puede ser la imagen que represente el hundimiento de algunos valores. Falta nos hace que haya Concordia: acuerdo, conformidad y unión.  

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